“Lo esperaba con ansias, pero solo Dios sabe por qué hace las cosas”, recuerda Mayra mientras acomoda un ramo de flores y un oso de peluche sobre la pequeña tumba de su hijo Alexis.


Hace un año lo perdió, y desde entonces, cada 1 de noviembre acude al panteón Jardín de Coatzacoalcos para recordarlo.


En este Día de Todos los Santos, mientras muchos celebran con música y recuerdos alegres, ella elige la calma del panteón para mantener viva la memoria de su bebé.


La joven madre relató que la ilusión de tener a su bebé era grande, pero la vida le arrebató esa oportunidad.

“Mi bebé se llama Alexis, la verdad que sí es algo triste, todo el dolor de madre, cuando son grandes o son bebés, el mío estaba en la panza y ahí murió, pero aquí estamos visitándolo, aunque sea un rato”, dijo.

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En el sitio donde descansan los restos del pequeño, Mayra colocó un peluche nuevo y pidió apoyo a un trabajador del cementerio para pintar la lápida.

“Ahorita que vine a ver a mi bebé, apenas tiene un año de fallecido, ahorita le traje unas flores, aquí encontré a un señor que trabaja en el panteón y me lo está pintando, apenas le traje un peluchito a mi bebé, y ahorita que termine de secarse para ponérselo de adorno”, explicó.


Su voz, aunque serena, reflejaba una profunda tristeza, cada palabra salía acompañada de una pausa, como si cada recuerdo doliera todavía.

“Lo esperaba con ansias, imagínese, ya le teníamos todas sus cosas, pero ni modos, sólo Dios sabe, es un dolor que se siente, pero en esta fecha lo recordamos, y esta fecha más, aquí estamos visitándolo”, compartió con resignación.


Para Mayra, el Día de Todos los Santos se ha convertido en un ritual íntimo, una manera de mantener viva la memoria de su hijo.


Mientras otros visitan a sus padres, hermanos o abuelos, ella acude a ver a un bebé que nunca llegó a conocer fuera del vientre.


En cada flor y en cada adorno deposita un pedazo de amor y esperanza.


En el panteón, otras madres también visitaban pequeñas tumbas adornadas con juguetes, globos y velas.


Historias como la de Mayra se repiten en silencio entre los pasillos, recordando que el duelo por un hijo no conoce edad ni tiempo.