La odisea para llegar a Oslo de la mujer más importante en la Historia de Venezuela, como la bautizó el historiador Elías Pino Iturrieta, es sólo el penúltimo capítulo de la caraqueña que ha vivido al borde del abismo durante dos décadas y media en su lucha por la libertad. “Tanta gente que arriesgó su vida para que yo pudiera llegar a Oslo. Esta es una medida de lo que este reconocimiento significa para el pueblo venezolano. Quiero que lo sepas”, desveló María Corina Machado (Caracas, 1967) antes de subirse al avión que la trasladaba a Noruega. No llegó a tiempo para la ceremonia de la recogida del Premio Nobel de la Paz, pero la dama de titanio está decidida a llegar a tiempo para el regreso de Venezuela a la democracia y a la paz.

En Oslo la espera una exposición que dice mucho de ella, inaugurada en las horas previas por el comité del Premio. El título de la muestra acertó en el medio de la diana: Democracia al borde del abismo.

Sensaciones distintas se vivían 48 horas antes de que se abrieran las urnas presidenciales en Caracas, en julio de 2024. Después de una agotadora campaña, en la que la Venezuela profunda alzó a la líder democrática en un fenómeno político pocas veces vivido anteriormente en América Latina. Fuera del despacho, el mundo hervía. Dentro, reinaba una tranquilidad casi imposible. “La mujer de hierro”, como canta Reymar Perdomo, no sólo es la líder de la causa democrática que ha torcido el brazo a la todopoderosa revolución bolivariana y ha guiado al país a un territorio desconocido. Se ha producido una metamorfosis en el último año.

Este reportero tenía ante sí a la misma María Corina de siempre, una mujer inteligente y luchadora, con sus abrazos cálidos y con ese sentido del humor caribeño que lima disparidades. Pero algo ha cambiado para siempre dentro de la fundadora de Vente Venezuela (VV), partido liberal conservador hecho a su medida, cuyos dirigentes han sufrido la persecución implacable del chavismo. La campaña en los estados interiores del país, con concentraciones nunca vistas, en las que padres y madres incluso le entregaban sus bebés para implicarla en su futuro, en su destino, han ido mucho más allá de lo que dicta la política.

La María Corina surgida de ese proceso ya no sólo es una dirigente política con un robusto ideario liberal, favorable a la propiedad privada y al Estado de Derecho. Anticomunista y nacionalista, con el lema “Hasta el final” y una colección de cruces en el pecho, que sus seguidores les regalan constantemente y ella las guarda como si fueran reliquias cargadas de espiritualidad. Gracias a su apertura en temas sociales, ya había adelantado a muchos dirigentes opositores en materia de género y de derechos LGTB+. Ella también ha sufrido el machismo, ese mal tan enraizado en las sociedades latinoamericanas.

En su mismo despacho, María Corina respiró profundo, como si quisiera transmitir qué siente ahora la líder de todas esas gentes diversas, el pueblo que más sufre, con quienes ha conectado emocionalmente para intentar sanar esa inmensa herida producida por la huida de nueve millones de venezolanos, repartidos hoy por el planeta. Como si desde el centro político hubiera abierto los brazos para acogerlos a todos. Ese cordón umbilical, tan robusto, es precisamente el principal catalizador de la esperanza que ha inundado a un país que se había rendido.

La nueva María Corina y su habilidad política de siempre han llevado a Venezuela a un territorio desconocido, tras “casi tres décadas de lucha contra una dictadura brutal”, como incluyó en su discurso del Nobel, con “diálogos traicionados, protestas multitudinarias reprimidas, elecciones manipuladas”.

Toda la experiencia previa para alguien que a principios de siglo creó la organización electoral Súmate sirvió para tender una trampa inédita, nunca vista: un ejército de 600.000 voluntarios se aplicaron para escanear los códigos QR de la actas electorales, que transmitieron a plataformas digitales y centros de llamadas montadas en el exterior por la diáspora militante. Con escáneres, con pequeñas antenas y con un heroísmo que confirmó la victoria democrática: siete millones de votos para Edmundo González Urrutia y solo tres para Nicolás Maduro, pese a contar con el millonario aparato del estado y el control social ejercido por sus huestes contra los más débiles.

Lo que llegó después ya se sabe: el mayor fraude de la Historia de América Latina, el asesinato de 25 jóvenes de los barrios más pobres que salieron a protestar, la detención de más de 2.000 personas y una persecución que no ha parado hasta hoy mismo, con 887 prisioneros políticos maltratados en las mazmorras de Maduro. Los agentes de la policía política y de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) tienen perfiles favoritos en sus razias: dirigentes democráticos cercanos a María Corina y de su mismo partido, activistas, periodistas y cualquier persona vinculada a la líder democrática.

Un nuevo abismo se abría a pies de Machado, quien decidió seguir la lucha en clandestinidad, buscando refugio en embajadas extranjeras. Casi 17 meses hasta el operativo que la ha trasladado a Oslo. Todo ello cuando el despliegue estadounidense en el Caribe ha devuelto la esperanza a sus gentes frente a la dictadura, que la insulta con improperios misóginos y la amenaza una y otra vez para doblegarla. Que se vayan olvidando de eso.

Es precisamente su trayectoria, sin ambages ni ambigüedades en un país de incertidumbres y tejemanejes políticos, la que elevó a María Corina en el ideario nacional hasta convertirla en su líder. Su aplastante victoria en las primarias opositoras de 2023, con el 93% de los apoyos y dos millones de votos pese a las trabas revolucionarias, confirmó una nueva etapa para la oposición, con un liderazgo claro.

El chavismo decidió desde el primer momento inhabilitarla para que no barriera en las urnas a Maduro, pero Machado no se arredró: lo intentó con la filósofa Corina Yoris y luego emergió el diplomático Edmundo González Urrutia como candidato de los demócratas.

La firmeza de Machado ha provocado a su vez las críticas de los más tibios, que no son muchos pero sí poderosos en el seno opositor. María Corina representa todo lo contrario a los colaboracionistas o a los que prefieren convivir que enfrentarse a la dictadura. Ya lo dejó muy claro en uno de esos capítulos que forman parte de su biografía. Siempre con la misma pasión, la misma que empleó para desafiar a Hugo Chávez en el Parlamento en 2012, cuando ya era la diputada más votada del país y el “comandante supremo” se despachaba con el famoso “águila no caza moscas” para proseguir su monólogo inacabable.

La premio Nobel de la Paz es ingeniera industrial graduada en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), de Caracas, y en Yale. Rica de toda la vida, es hija de un importante empresario del hierro y del aluminio. Los Machado Zuloaga crearon a finales del siglo XIX La Electricidad de Caracas, empresa encargada de suministrar energía a la capital, finalmente nacionalizada por Chávez. Su madre, la psicóloga Corina Parisca, fue campeona nacional de tenis.

Antes de que los paramilitares de Maduro destrozaran su despacho y su comando de campaña el año pasado, María Corina mantuvo durante años en una de las paredes principales un dibujo infantil, de uno de sus hijos, con la leyenda “El sol brillará mañana /mañana, mañana/ te quiero”. La respuesta de su puño y letra (“Para nada, mi amor. Es ahora”), como si fuera la predicción del momento que hoy vive Venezuela.