Todo salió mal anoche en Bruselas para la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y el canciller de Alemania, Friedrich Merz. Y, en consecuencia, para la Unión Europea. Los dos políticos alemanes llegaron a la cumbre del Consejo con la intención de, primero, ratificar el acuerdo Mercosur-UE y, después, aprobar el uso de los activos rusos inmovilizados y otorgar un préstamo de reconstrucción por valor de 90.000 millones a Ucrania para apoyar al país financieramente durante los dos próximos años. Pero nada se desarrolló como habían planeado.

La primera medida se ha “pospuesto hasta enero”, según afirmó la propia responsable del Ejecutivo comunitario. Se precisa un poco más de tiempo, asegura, después de 26 años de negociación. “Hemos logrado un avance decisivo que allana el camino para la culminación satisfactoria del acuerdo con el Mercosur en enero. Necesitamos unas semanas más para resolver algunas cuestiones con los Estados miembros, por lo que nos hemos puesto en contacto con nuestros socios del Mercosur y hemos acordado posponer ligeramente la firma”, aseguró en la rueda de prensa posterior a la cumbre.

Pero lo que quedó, lo que se transmitió y lo que en definitiva ocurrió, es que las quejas de los agricultores franceses e italianos han paralizado un acuerdo que abre el mercado europeo a más de 700 millones de ciudadanos sudamericanos. A los coches alemanes, sí, pero también a los productos españoles y, por supuesto, supone una ventana comercial muy importante para la UE en plena guerra arancelaria. El ‘no’ de Francia se daba por seguro, pero en Bruselas no se daba por segura la postura de Giorgia Meloni, que en los últimos días fue dando muestras de que era “prematuro” cerrar el pacto ayer. Lo dijo claramente en el Parlamento italiano. En la capital comunitaria, sin embargo, todavía se confiaba en convencerla. No ocurrió, por supuesto.

Ella me explicó que no está en contra del acuerdo. Simplemente enfrenta cierta incomodidad política por parte de los agricultores italianos. Pero confía en que puede convencerlos de aceptar el acuerdo. Luego me dijo que, si podemos ser pacientes una semana, 10 días o, como máximo, un mes, Italia respaldará el acuerdo”, había adelantado por la tarde el presidente de Brasil, Lula da Silva, y responsable rotatorio de Mercosur. Y eso fue exactamente lo que se confirmó.

Para aprobar esa decisión se requiere mayoría cualificada, que supone que la apoyen el 55% de los Estados miembros y que, además, representen al menos el 65% de la población total de la UE. Si Italia cambia de postura después de que, por ejemplo, se le aseguren más recursos europeos para sus agricultores, el acuerdo podría salir adelante. Pero ahora mismo está en el aire y los precedentes no son precisamente buenos.

Y la segunda gran decisión, la de usar los activos rusos, no superó el rechazo frontal de Bélgica. La capital de este país acoge la sede de Euroclear, compañía de compensación y liquidación de valores financieros en la que se acumulan hasta 185.000 millones de euros de Rusia. El primer ministro del país, Bart de Wever, lleva meses poniendo pegas a este plan que, según muchas voces, nació en Berlín y Von der Leyen accedió a defenderlo como propio.

La primera amenaza del líder ultranacionalista flamenco se produjo ya a comienzos de octubre, durante la cumbre informal que tuvo lugar en Copenhague. Y las reticencias, peticiones y exigencias de De Wever se han mantenido desde entonces. Tenía y tiene miedo a las posibles represalias de Rusia, y por eso lleva meses pidiendo unas importantes garantías de seguridad y la mutualización del riesgo.

En más de dos meses de constantes reuniones, la Comisión no ha sido capaz de encontrar la forma de satisfacer estas exigencias. En el Ejecutivo siempre se ha transmitido que la utilización de los activos era la mejor solución. Casi la única. Y los países frugales apoyaban completamente la actuación. Pero De Wever siguió pidiendo garantías “excesivas” en opinión de varios países y Macron y Meloni se desmarcaron, otra vez, de la posición de Von der Leyen y Merz.

Los Gobierno pro-rusos de Hungría y Eslovaquia tampoco ayudaron precisamente, y cuando todo estaba bloqueado y ya entrada la madrugada, la opción de emitir deuda conjunta volvió a aparecer. La misma que siempre se había dejado en un segundo plano y que en el norte rechazaban. Budapest y Bratislava se inhibieron, posibilitaron una muy particular unanimidad a 25, y el plan salió adelante: 90.000 millones, sí, pero en una suerte de eurobonos.

“Ha prevalecido el sentido común”, resumió la primera ministra italiana tras la reunión. Meses de trabajo, reuniones, esfuerzos, trabajos técnicos y declaraciones cruzadas para aceptar un plan que muchas voces ya proponían desde el principio. Y una vez más, un mensaje de debilidad y lentitud de la UE. Dramático.