Enrique Quintana analiza los riesgos que México enfrenta por el crecimiento de la deuda pública.

El semanario The Economist, uno de los más influyentes del mundo en materia económica y financiera, dedica la portada de su edición más reciente al tema del crecimiento imparable de la deuda pública en los países avanzados… y yo agrego: en algunos más.

El cálculo de The Economist es que la deuda pública en el mundo desarrollado ronda en este momento el 110 por ciento del PIB en promedio. En muchos países representa el nivel más elevado desde ¡principios del siglo XIX!

La experiencia histórica nos muestra que una de las vías para enfrentar esta pesada carga ha sido diluir la deuda a través de la inflación. En la década de los ochenta del siglo pasado fue exactamente lo que ocurrió.

Quienes apuestan a que la inteligencia artificial genere tanto crecimiento como para reducir significativamente las proporciones de la deuda pública se equivocan, al menos en el ritmo. Las innovaciones tecnológicas tardarán más en permitir el salto esperado en el crecimiento económico.

Si hay inflación alta, los saldos de la deuda se desvanecerán en términos reales y su peso en la economía irá reduciéndose poco a poco.

Ese es el temor expresado por The Economist: que el mundo entre a una nueva etapa inflacionaria, con bancos centrales complacientes ante los excesos de los gobiernos.

¿Qué implicaciones podría tener este cuadro para México?

En primer lugar, si las economías avanzadas toleran niveles más altos de inflación para aliviar su deuda, las tasas de interés internacionales permanecerán elevadas por más tiempo, a pesar de los recortes que hemos visto recientemente.

Para México eso significaría un costo financiero mayor: la deuda pública, estimada en 52.3 por ciento del PIB para 2026, se volvería más cara de refinanciar. Un aumento sostenido en el pago de intereses desplazaría recursos que hoy se destinan a inversión, educación o salud.

En segundo término, un entorno global de inflación alta podría sacudir la relación peso-dólar.

Si Estados Unidos mantiene tasas elevadasBanxico tendría que hacer lo mismo para evitar presiones cambiarias, con el consiguiente impacto en el crédito y el crecimiento interno. Un peso fuerte contiene la inflación, sí, pero también encarece las exportaciones y reduce la competitividad frente a Asia. El tercer canal sería comercial. Si los países desarrollados buscan aliviar sus finanzas con inflación, los precios relativos en el mundo se distorsionarán y el comercio global se volverá todavía más incierto.

México podría beneficiarse de este entorno si preserva su estabilidad: las empresas que buscan relocalizar su producción valorarán un ambiente con precios controlados, finanzas sanas y respeto a los contratos. En un mundo donde las potencias asumen desequilibrios crecientes, la disciplina puede convertirse en el mejor activo nacional.

Pero también acechan riesgos políticos.

En el texto de The Economist se advierte contra los gobiernos que intentan negar los límites presupuestales. El populismo fiscal —gastar sin ingresos equivalentes, bajo la premisa de que en el futuro la inflación resolverá el problema— termina erosionando la confianza y empobreciendo a la clase media.

México no está inmunizado. En 2026, el déficit público amplio será de 4.1 por ciento, que si bien es mucho más bajo que el 5.7 por ciento de 2024, mostrará resistencia a descender si la economía no crece según lo previsto.

Aunque la deuda mexicana sigue siendo manejable, la tendencia alcista que puede generarse con el contexto descrito es preocupante. Si a esa dinámica se suma un contexto internacional de tasas altas y presiones inflacionarias, el margen de maniobra para los próximos años será cada vez más estrecho.

En ese escenario, el país tiene dos caminos. Puede seguir la ruta de los gobiernos ricos que postergan el ajuste, confiando en que la inflación o el crecimiento lo resuelvan, o bien, aprender de la historia y preservar la estabilidad que tanto trabajo costó construir.

Nosotros tenemos un margen de maniobra mucho más estrecho que Estados Unidos o Europa.

México ha mantenido durante años una prudencia fiscal reconocida internacionalmente. Esa disciplina permitió resistir crisis externas, atraer inversión y mantener un tipo de cambio relativamente estable. Pero la estabilidad no es eterna ni gratuita.

Si se erosiona la credibilidad de Banxico o se relajan las cuentas fiscales, el país podría verse arrastrado por la misma “tentación inflacionaria” que amenaza a las economías ricas.

El mensaje implícito del semanario británico es claro: los países que confíen en la inflación como salida fácil pagarán un precio alto.

Para México, el mejor antídoto será conservar la sensatez fiscal y la autonomía del banco central.

En un entorno global donde otros se permiten vivir por encima de sus medios, la verdadera fortaleza será seguir siendo un país que gasta lo que tiene y cumple lo que promete. ¿Podremos hacerlo?