En el centro de Agua Dulce, un pequeño banco de madera y un cajón lleno de herramientas son testigos de un oficio en extinción.
Julio César Arévalo Carrasco, uno de los dos últimos boleros de la ciudad, se mantiene firme en el “corazón comercial”, donde la rutina de lustrar zapatos enfrenta la ´sombra´ del olvido.
En los años setenta, Agua Dulce contaba con más de 35 boleros que con cepillos y tintas daban brillo al calzado de trabajadores, estudiantes y empresarios.
Hoy, esa escena se ha reducido a una postal del recuerdo en negro, tal como las botas que ´rechinan´ al paso del trapo que saca brilla en el empeine del calzado.
Arévalo Carrasco, quien aprendió el oficio siendo niño al seguir los pasos de su hermano mayor, ha visto cómo el paso del tiempo y los cambios sociales han diezmado su gremio que parece estar extinguiéndose, como la poca cera que queda impregnada a la lata.
El oficio se fue acabando durante la gestión del entonces secretario general de la Sección 22 del Sindicato de Pemex, Roberto Ricárdez Orueta, varios boleros dejaron la banqueta para integrarse a la plantilla de la paraestatal.
Con las fichas entregadas, muchos optaron por la seguridad económica de Pemex, por lo que incluso algunos ya disfrutan de su jubilación pero otros ya murieron.
Sin embargo, Julio decidió quedarse al ofrece servicios que van desde el lustre tradicional por 25 pesos hasta cambios de color en calzado por 100 pesos.
Aunque ha tenido que adaptarse a los tiempos modernos, porque con el auge del calzado sintético, este no se lustra sino solo se limpia con productos como “flor de calabaza”, reduciendo aún más la demanda.
Pese a todo, Arévalo Carrasco permanece a un costado de una de las calles más transitadas en Agua Dulce, sosteniendo un oficio que se resiste en desaparecer.
Entre tintas y betunes, su banco sigue esperando a quienes buscan devolver el brillo al calzado, mientras la ciudad, cada vez más ajena, avanza hacia un futuro en el que los boleros podrían ser solo un recuerdo.