En un pequeño patio de la colonia Emiliano Zapata, el aroma del cacao tostado y el maíz cocido anuncia cada mañana el inicio de una jornada más para Rosa Vicente, conocida en Agua Dulce como doña Rosy.


Desde hace 18 años prepara y vende pozol, una bebida de origen mesoamericano que, entre el esfuerzo y la tradición, se ha convertido en parte de la identidad local.

SUS INICIOS


Originaria de Oaxaca, doña Rosy aprendió a elaborar el pozol cuando una cuñada le regaló un molino eléctrico; desde entonces, adoptó la receta tabasqueña y la convirtió en su modo de vida.


Comienza su rutina a las cuatro de la madrugada, cuando el silencio todavía domina la calle, para tostar el cacao, cocer el maíz y dejar listo el primer lote antes del amanecer, para que a las siete ya está despachando los primeros pedidos.


Su jornada termina cerca de las cinco de la tarde, con la misma energía del inicio; con el paso de los años, la demanda creció tanto que en ocasiones tiene que apoyarse de algunos empleados para mantener el ajetreado ritmo.

LLEGAN DE OTROS LUGARES A CONSUMIR


El pozol que prepara es solicitado no solo por vecinos cercanos, sino también por personas que llegan de comunidades rurales y otros municipios del sur de Veracruz.


Lo que distingue su producto, asegura, es que cada pedido se prepara al momento y es esta práctica que mantiene fresco el aroma del cacao durante todo el día, convirtiendo su cocina en una mezcla constante de vapor, molienda y el sonido del maíz al ser triturado.


En las hornillas, tres cazuelas hierven sin descanso mientras el molino gira con un ritmo que parece marcar el pulso de su rutina.

LA CLIENTELA FIEL ES SU MOTIVACIÓN


“Hay días en que pienso en cerrar”, confiesa, “pero la gente llega y me pide que no lo haga, que no deje de vender el pozol porque les da fuerza para trabajar”. Entre sus clientes hay obreros, taxistas y comerciantes que han hecho del batido su alimento principal, por ser una bebida que, dicen, “aguanta el hambre y da energía”.


A pesar de que durante estos años, doña Rosy ha estado enferma e incluso lesionada por alguna caída, no para su labor diaria.


En su pequeña cocina, donde el tiempo parece detenerse entre el cacao y el maíz, continúa ofreciendo una bebida ancestral que para muchos sigue siendo, como en tiempos mayas, la preferida de los dioses.