Lo deseable es que, al abrir sus páginas, encontremos coherencia, disciplina y visión de futuro.
Hay veces en que los símbolos pesan más que los números.
El Paquete Económico para 2026, esa brújula con la que el Estado busca orientarse entre las tormentas del año entrante, estaba llamado a llegar puntual al Congreso a las seis de la tarde del día de ayer.
En cambio, apareció a las 22:30. Cumplió con el mandato legal, sí.
Pero ese retraso, que podría parecer un detalle menor, en el mundo de las señales políticas y financieras es todo menos irrelevante. Una entrega tan tardía rompe la tradición, genera suspenso y abre la puerta a lecturas encontradas.
No es común que el país reciba su mapa fiscal cuando el día ya expira. Esa anomalía es, por sí misma, una metáfora del tiempo incierto que atravesamos.
Pese a lo tardío de su arribo —que impide, por razones técnicas, conocerlo antes de escribir este texto— es posible anticipar algunos trazos, conocidos gracias a personas que participaron en su confección.
Lo más probable es que el déficit público para 2026 se ajuste a la baja.
El Programa Nacional de Financiamiento para el Desarrollo ya lo adelantó: 3.5 por ciento del PIB para el próximo año.
No es un capricho. El déficit de 2024 alcanzó un nivel de alarma que exige corrección gradual. Entre las muchas herencias onerosas que AMLO dejó a Claudia Sheinbaum se encuentra un déficit insostenible.
El gobierno sabe que debe reiterar el mensaje de disciplina fiscal y confirmar la trayectoria descendente del endeudamiento.
Así, el nuevo paquete, aunque pretenda dar continuidad a programas y proyectos, deberá exhibir prudencia.
De manera paralela, se anticipa un incremento en la inversión pública. No se puede hablar de crecimiento, de nearshoring o de competitividad sin fortalecer la infraestructura y sin inyectar recursos en áreas estratégicas.
Es previsible que veamos mayores asignaciones para los nuevos proyectos emblemáticos y para obras regionales destinadas a apuntalar la narrativa del desarrollo.
El gasto social, por su parte, difícilmente retrocederá. La lógica política lo blinda y, además, hay reglas constitucionales que lo amarran. Habrá, pues, rubros que se expandan aun cuando la instrucción general sea contener el gasto.
¿De dónde saldrá entonces el financiamiento? Todo apunta a que se buscará una recaudación más robusta.
No necesariamente mediante nuevos impuestos de gran calado, pero sí con una administración tributaria más férrea, con fiscalización más estricta y con la incorporación de contribuyentes que hasta ahora habían escapado del radar.
A ello se suma la gran apuesta en materia recaudatoria: la profunda reforma aduanera, que no solo persigue objetivos fiscales, sino también de control y modernización.
Además, Hacienda ha reiterado que la digitalización es un terreno fértil para ampliar la base gravable.
En consecuencia, si el déficit debe bajar y el gasto subir, la única forma de cuadrar la ecuación será con ingresos adicionales.
Veremos, seguramente, esquemas de vigilancia digital más rigurosos e “inteligentes”, que aprovechen al máximo los recursos tecnológicos.
En este ejercicio hay un riesgo evidente: escribo sin conocer el Paquete Económico. Adivino.
Redactar esta columna es como interpretar la forma de una sombra antes de ver el cuerpo que la proyecta.
Puede que la silueta coincida, pero siempre existe la posibilidad de que algo desentone.
No obstante, los márgenes de maniobra son estrechos. No hay espacio para aventuras fiscales que alteren radicalmente la trayectoria.
La combinación de menor déficit, mayor inversión pública y más recaudación no es solo la hipótesis más probable: es, en realidad, la única viable.
La ratificación de la calificación crediticia de S&P el día de ayer para la deuda soberana refuerza esta lectura.
Una agencia no mantiene la nota de México a ciegas. Lo hace porque percibe señales claras de que la ruta fiscal seguirá orientándose hacia la sostenibilidad.
Esa ratificación funciona como un faro que ilumina el horizonte en medio de la penumbra de esta entrega tardía.
Nos dice que, pese a los retrasos, el timón apunta en la dirección correcta.
La entrega nocturna del Paquete Económico nos obliga a esperar el amanecer para conocer sus detalles y, mañana, analizarlos con lupa.
Lo deseable es que, al abrir sus páginas, encontremos coherencia, disciplina y visión de futuro.
Que las previsiones aquí adelantadas correspondan con lo que finalmente se presente, y que no nos sorprenda con un giro inesperado que altere la perspectiva.
La economía mexicana no necesita más sobresaltos. Necesita certidumbre.
Y aunque el barco llegue con retraso, lo fundamental es que no se desvíe de su curso.